Cuando GERARDO SORIA llegó a Guayaquil (muy muchacho todavía) sólo traía consigo su cuerpo atlético y su enorme voluntad de triunfar. La vida, su magnífica buena suerte excepcional y una vision amplia que ojalá la tuvieran nuestros desastrosos y miopes gobernantes.
Gerardo Soria empezó como artesano modesto en una rústica y dura empresa, tuvo ingenio, perspicacia y un sentido común fuera de lo común y resolvió, «a lo macho» problemas técnicos que» los técnicos más técnicos» siempre hubieran negado que existían en los libros científicos. La fortuna le comenzó a sonreír, pero Gerardo nunca fue un ingrato con su lindo y pintoresco terruño en las vecindades de Riobamba. Allá fue con su callada caridad y su bonhomia a servir como sirvió a muchos y entregó su sincera amistad a quienes nunca lo olvidaremos. Fue un pionero en la industria llantera y reencauchadora nacional tal como lo fuera luego en la industria plástica en la que se coronó rey.
Cumplió como padre, como esposo, como gentil amigo: el continuo desgaste de tanto rozarse con la vida lo enfermo, y por eso Gerardo Soria hoy es una querida sombra para el recuerdo de quienes si fuimos testigos de su lucha tenaz, constante y abnegada, tratando de vencer a los malos hados, a los negativos aspectos, los imponderables de la vida corporativa industrializada hasta un año, cuando la inefable doña Muerte, llegó y lo vulcanizó. ¡La paz sea con Gerardo, y que la tierra le sea grata a su retorno al polvo eterno!
-Vicente Leví Castillo